Esa cierta cúpula del ejército
español (y de tantos otros ejércitos de tantas otras patrias) que siempre
estuvo dispuesta a masacrar al pueblo con tal de favorecer los intereses de los
privilegiados, bien porque esos privilegiados les ponen en nómina, o bien
porque estarán muy dispuestos a ponerles en lugares preeminentes de ese reparto
de la tarta que perteneciendo a todos, o más que nada al pueblo (que parece
seguir sin tener, ni en las más avanzadas democracias, control alguno sobre el
ejército al que pagan mediante el peso de la recaudación impositiva que sobre
ellos cae); reparto de la tarta que perteneciendo a todos, sólo ellos, la casta
está dispuesta a comerse en solitario sin que siquiera las migajas nos lleguen
de su festín. Y ahí están las pistolas dispuestas a callar las bocas de los que
llaman ladrón al ladrón, tanto si es banquero como si empresario como si
político; ahí están las pistolas para que del reparto de la tarta que tú con tu
sacrificio elaboraste pueblo no te lleguen ni las migajas.
Como antes y durante la II
República, el ejército dando su campanada; como antes y durante la Transición;
como antes y durante todo el período vivido de Franco acá. Ellos y sus
alzamientos, sus pronunciamientos, sus innúmeros 23F de antes y después del
23F, sin que poder civil alguno les haga envainar la lengua y las decisiones
que al pueblo pertenecen. Esto es lo que sucede por dejar el poder en las manos
no dignas, por armar manos que debieran portar grilletes. Esto es lo que
sucede, pueblo, cuando tu mano no está armada ni por el más pequeño privilegio
que te haga ser fuerte.